Cuentan que Leda caminaba junto al río Eurotas,
cuando el señor de los dioses, enloquecido por su belleza, descendió de las
nubes bajo la forma de un espléndido cisne blanco. Acto seguido, simuló ser
perseguido por un ánguila. La muchacha, conmovida, lo recibió a la sombra de un
árbol.
En este punto la leyenda se bifurca. Para algunos
Leda se entregó voluntariamente a los abrazos alados del dios; otros, en
cambio, señalan que fue Zeus quien esperó un descuido de la joven, ocupada como
estaba en acariciar sus alas a causa del efecto hipnótico que le causaban sus
plumas blanquísimas. Recién entonces, todavía bajo la forma de un cisne, Zeus
la estrechó contra su pecho y la forzó a amarlo entre graznidos impropios de
una deidad que se jacta de inmortal.
Lo cierto es que yacieron juntos y que esa misma
noche, cuando Leda volvió al palacio, se vio obligada -por su marido y acaso
también por la culpa- a yacer en el lecho con el rey.
De esta doble unión nacerían cuatro seres
fundamentales para la evolución de la historia.
Leda se levantó antes de que la aurora rompa el
horizonte, y en la clandestinidad de unas habitaciones secretas puso dos
huevos. El primero contenía a Helena y Pólux, hijos de Zeus; y el otro a
Clitemnestra y Cástor, hijos de Tindáreo.
Helena sería nada menos que la mujer más hermosa
del mundo, cuyo rapto por parte de Paris desencadenaría la guerra de Troya. Su
hermana, Clitemnestra, de estirpe mortal pero no por ello menos encantadora,
sedujo el corazón de Agamenón, rey de la liga griega que se embarcó a Illión
para simular venganza.
Cástor y Pólux, los gemelos dióscuros, integrarían el
selecto grupo de marineros elegidos por Jasón, que luego serían conocidos como
los argonautas.