Ulises, como casi todos los reyes griegos, corteja a la bella Helena. El padre de Helena, Tíndaro, no sabe a quién conceder la mano de su hija, pues teme la reacción de los poderosos reyes. Es Ulises quien da con la solución: Helena elegirá y todos los demás se comprometerán, tanto a respetar su decisión, como a defender el matrimonio de futuros problemas. Tíndaro está muy agradecido a Ulises que, pícaramente, aprovecha para pedirle un favor: que le conceda la mano de su sobrina, Penélope. Tíndaro accede y Ulises y Penélope se casan.
Cuando poco tiempo después Helena es raptada por Paris, príncipe de Troya, su esposo Menelao recluta a los reyes griegos para marchar contra Troya. Pese a que la alianza para proteger el matrimonio entre Menelao y Helena ha sido idea suya, Ulises no quiere sumarse al grupo de reyes griegos que comanda Agamenón. Hace sólo un año que se ha casado con Penélope, y tienen un hijo recién nacido: Telémaco. Además, un oráculo había predicho que, si Ulises iba a la guerra, pasarían muchos años antes de que pudiera volver a casa. Así que Ulises idea una estratagema para librarse del reclutamiento. Cuando Agamenón va a buscarlo, Ulises se finge loco, y hace sinsentidos como arar la tierra usando un asno en lugar de un buey y sembrando sal en vez de semillas.
Agamenón encuentra un poco sospechoso ese repentino brote de locura y pone a prueba a Ulises. Coge a su pequeño hijo y lo coloca justo delante del arado. Ulises reacciona de inmediato, frena al asno, toma en brazos a Telémaco y lo calma con palabras suaves y muy sensatas. Descubierta la farsa, Ulises tiene que mantener la palabra que dio a Menelao, y accede a formar parte de las tropas griegas. Antes de partir, se despide de su esposa e hijo y le dice a Penélope que si él no vuelve a casa cuando Telémaco alcance la edad viril, ella debe volver a casarse.