En
una guerra llamada la Titanomaquia, Zeus y sus hermanos y hermanas junto con
los Hecatónquiros y Cíclopes, derrocaron a Crono y a los otros Titanes, que
fueron encerrados en el Tártaro, un lugar húmedo, lúgubre, frío y neblinoso en
lo más profundo de la Tierra y allí quedaron custodiados por los Hecatónquiros.
Atlas, uno de los titanes que luchó contra Zeus, fue castigado a sostener la
bóveda celeste.
Tras
la batalla con los Titanes, Zeus se repartió el mundo con sus hermanos mayores,
Poseidón y Hades, echándoselo a suertes: Zeus consiguió el cielo y el aire,
Poseidón las aguas y Hades el mundo de los muertos (el inframundo). La antigua
tierra, Gea, no podía ser reclamada y quedó bajo el dominio de los tres según
sus capacidades, lo que explica por qué Poseidón era el dios de los terremotos
y Hades reclamaba a los humanos que morían.
Gea
estaba resentida por cómo Zeus había tratado a los Titanes, porque eran sus hijos.
Poco después de subir al trono como rey de los dioses, Zeus tuvo que luchar con
otros hijos de Gea, los monstruos Tifón y Equidna. Zeus derrotó a Tifón
atrapándole bajo una montaña, pero dejó a Equidna y a sus hijos con vida como
desafío para futuros héroes. Esta lucha se llamó Tifonomaquia.
Sin
embargo, las luchas no habían cesado para el nuevo dios pues los gigantes,
otros hijos perversos de Gea, decidieron atacar el Olimpo con la firme
intención de arrasarlo y destruir a sus moradores. La valentía de Atenea y la
ayuda de Hércules fueron decisivas para la victoria de Zeus en esta horrible
batalla