Cuenta la leyenda que el Minotauro, monstruo con
cabeza de toro y cuerpo de hombre, era hijo de Pasifae, reina de Creta, y de un
toro que el dios Poseidón había enviado al marido de Pasifae, el rey Minos.
Cuando Minos se negó a sacrificar el animal,
Poseidón hizo que Pasifae se enamorara de él y engendrara un ser medio hombre,
medio bestia: el Minotauro. Después de dar a luz al Minotauro,
Minos ordenó al arquitecto e inventor Dédalo que
construyera un laberinto tan intrincado que fuera imposible salir de él sin
ayuda. Allí fue encerrado el Minotauro. Durante 27 años, el hijo ilegítimo de
la reina permaneció oculto en el inexpugnable laberinto de Cnosos, siendo
alimentado con jóvenes víctimas humanas que Minos exigía como tributo de
Atenas. El héroe griego Teseo se mostró dispuesto a acabar con esos sacrificios
inútiles y se ofreció a sí mismo como una de las víctimas.
Cuando Teseo llegó a Creta, la hija de Minos,
Ariadna, se enamoró de él. Ella lo ayudó a salir dándole un ovillo de hilo que
él sujetó a la puerta del laberinto y fue soltando a través de su recorrido.
Cuando se encontró con el Minotauro dormido, golpeó
al monstruo hasta matarlo, salvando también a los demás jóvenes y doncellas
condenados al sacrificio haciendo que siguieran el recorrido del hilo hasta la
entrada.
Los historiadores, que no pueden evitar la
tentación de concederle al mito cierto trasfondo de verdad, han explicado que
el triunfo de Teseo debió de ser un símbolo de la definitiva decadencia minoica
y del advenimiento de nuevas culturas provenientes del continente.
Pero a muchos cretenses les sigue gustando visitar
las ruinas de Cnosos y buscar en ellas la sombra del Minotauro.