Cuantos nacieron
de Gea y Urano, los hijos más terribles, estaban irritados con su padre desde siempre.
Y cada vez que alguno de ellos estaba a punto de nacer, Urano los retenía a
todos ocultos en el seno de Gea sin dejarles salir a la luz y se gozaba
cínicamente con su malvada acción.
La monstruosa Gea,
a punto de reventar, se quejaba en su interior y urdió una cruel artimaña.
Produciendo al punto un tipo de brillante acero, forjó una enorme hoz y luego
explicó el plan a sus hijos. Armada de valor dijo afligida en su corazón:
"¡Hijos
míos y de soberbio padre! Si queréis seguir mis instrucciones, podremos vengar
el cruel ultraje de vuestro padre; pues él fue el primero en maquinar odiosas
acciones."
Así habló y
lógicamente un temor los dominó a todos y ninguno de ellos se atrevió a hablar.
Mas el poderoso Cronos, de mente retorcida, armado de valor, al punto respondió
con estas palabras a su prudente madre:
"Madre, yo
podría, lo prometo, realizar dicha empresa, ya que no siento piedad por nuestro
abominable padre; pues él fue el primero en maquinar odiosas acciones."
Así habló. La
monstruosa Gea se alegró mucho en su corazón y le apostó secretamente en
emboscada. Puso en sus manos una hoz de agudos dientes y disimuló
perfectamente la trampa.
Vino el poderoso
Urano conduciendo la noche, se echó sobre la tierra ansioso de amor y se
extendió por todas partes. El hijo, saliendo de su escondite, logró alcanzarle
con la mano izquierda, empuñó con la derecha la prodigiosa hoz, enorme y de
afilados diente, y apresuradamente segó los genitales de su padre y luego los arrojó
a la ventura por detrás.
No en vano
escaparon aquéllos de su mano, pues cuantas gotas de sangre salpicaron, todas
las recogió Gea. Y al completarse un año, dio a luz a las poderosas Erinias, a
los altos Gigantes de resplandecientes armas, que sostienen en su mano largas
lanzas, y a las Ninfas que se llaman Melias sobre la tierra ilimitada.