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Los Atridas o Atreides (en griego antiguo οἱ τρείδαι ) son, en la mitología griega, los descendientes de Atreo, rey de Micenas. Este linaje fue maldecido por los dioses debido a que se fundó con la sangre del hermano gemelo de Atreo, Tiestes, y su destino estuvo marcado por el asesinato, el parricidio, el infanticidio y el incesto.
Sólo Apolo pudo interrumpir el ciclo de violencia al hacer que Orestes, el matricida, fuese juzgado en la colina del Aéropago por el primer tribunal criminal de la ciudad de Atenas.
La maldición es incluso anterior a Atreo, pues su abuelo, Tántalo, hijo de Zeus, al ser invitado a la mesa de los dioses y probar el nectar y la ambrosía, alimentos que conferían la inmortalidad a los dioses, concibió la idea de robarlos para ofrecérselos a los hombres. Unido a esto, invitó a los dioses a su mesa para probarlos y ver si eran omniscientes, ofreciéndoles en esa cena a su propio hijo, Pélope, guisado. Por todo ello sería condenado en el Tártaro.
Pélope, reconstruido y resucitado, pasó a ser copero de los dioses, gracias a cuyo favor se casó con Hipodamía y se apoderó del trono de la Élide.
Otras narraciones legendarias sobre la familia Atrida nos narra, por ejemplo, como Atreo, el padre de Agamenón, asesinó a los hijos de su hermano Tiestes, para impedir que más adelante pudieran arrebatarle el trono. En una acción sin duda truculenta Atreo, tras asesinar a sus sobrinos, los sirvió guisados en una comida que ofreció a su propio hermano, quién huyó horrorizado jurando venganza, que conseguiría otro de los hijos de Tiestes, Egisto, que más adelante tuvo oportunidad de matar al impío Atreo y restaurar a Tiestes en el trono de Micenas.

Pasado el tiempo, el mito nos narra cómo Agamenón, hijo de Atreo, expulsa nuevamente del trono a su tío Tiestes, partiendo a continuación, en su calidad de "Rey de Reyes" a sitiar Troya, encontrándose, a su regreso, con que su propia esposa Clitemnestra, en complicidad con Egisto, convertido ahora en su amante, no dudan en asesinarle. Posteriormente, Orestes, hijo de Agamenón y Clitemnestra, tampoco vacilará, utilizando los criterios de una durísima venganza, en matar a su propia madre y a su amante.
Desde entonces habrán de perseguirle las terribles Erinias, las diosas de la venganza, que le atormentarán sin descanso, como nos ha narrado Esquilo en su "Orestíada", hasta que los dioses, compadecidos, le libren de esa feroz maldición.
 No debe extrañarnos, sin embargo, la terrible acción de Clitemnestra al asesinar a su esposo, ya que lo cierto es que, realmente, argumentos no le faltaban para ello.

En efecto, su unión matrimonial había nacido maldita, ya que Agamenón había matado antes al anterior esposo de Clitemnestra, Tántalo, y al hijo de ambos. Por si fuera poco, cuando el "Rey de Reyes" inició la partida hacía Troya tuvo que sacrificar a su querida hija Ifigenia en Áulide, para así aplacar la ira de la diosa Artemisa y conseguir vientos favorables que impulsarán sus naves hacía el reino troyano.
Eurípides nos ha dejado escritas las terribles dudas de Agamenón ante esa imperiosa necesidad de sacrificar a su propia hija: "Tiemblo ante la idea de cometer este acto inaudito, y temo ante la idea de rechazarlo, pues sé que mi deber es cumplirlo". No es extraño, que Clitemnestra, que nunca pudo perdonar el sacrificio de su hija querida Ifigenia, no dudara en entregarse a las brazos amantes de Egisto, dudas que, posiblemente, tampoco padeció cuando decidió asesinar a Agamenón al retornar del sitio de Troya. El mito nos narra cómo ofreció al rey, que estaba saliendo del baño, una camisa cuyas mangas, pérfidamente, había cosido. Cuando Agamenón, incapaz de defenderse, se colocaba esa vestimenta, cayó acuchillado por el bronce de Egisto.
Curioso mito el de la familia de los Atridas, envuelto en sangre y pasiones, que, quizás, de alguna manera, está rememorando con formas literarias, como es usual en los poetas y en los mitos, unos tiempos de profundos enfrentamientos internos, que habrían contribuido de manera decisiva a causar el fin de la cultura micénica.


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