En el
canto IX de la Odisea de Homero, Odiseo narra las fascinantes aventuras que les
sucedieron durante tres años, tras la guerra de Troya, cuando se disponían a
volver a Ítaca.
En la
isla de los Cíclopes, Odiseo desembarca con doce de sus compañeros y coge una
de las vasijas con vino que les había regalado el sacerdote de Apolo para
regalarla. Llegan a la cueva de Polifemo y deciden coger todo lo que allí
había, desde quesos hasta cabras y ovejas, pero Odiseo no está de acuerdo. En
ese momento aparece el Cíclope con su rebaño y se puso a ordeñar sus ovejas y
sus cabras. Después de esto, se comió a dos de los compañeros de Odiseo, y éste
tuvo una idea: emborracharle. Y así fue, le dio el vino y después de emborracharle
le dijo: “preguntaste, cíclope, cuál era mi nombre glorioso y a decírtelo voy.
Ese nombre es “nadie”. Nadie mi padre y mi madre me llamaron de siempre y
también mis amigos”. El cíclope cayó de espaldas y le venció el sueño. Odiseo
aprovechó para coger una estaca de olivo y la prendió en llamas y se la clavó
en el único ojo que tenía Polifemo.
Polifemo
gritó y gritó hasta que los demás cíclopes le escucharon. Ellos le preguntaron
cuál era la razón de su llanto, y Polifemo dijo: ¡Oh queridos! No es fuerza. “Nadie”
me mata de dolor. Los demás cíclopes pensaron que Zeus le había castigado con
una locura y se fueron de la gruta. Al día siguiente, Polifemo quitó la enorme
roca que había puesto en la entrada para sacar a pastar a su rebaño y Odiseo y
sus compañeros pudieron escapar bajo los animales. Las risas que profería
Ulises, una vez embarcado, enfurecieron aún más al cíclope que les tiró rocas
para hundir el barco, pero sin éxito. No tuvo más remedio que pedir ayuda a su
padre, Poseidón, y el cíclope le pidió que Odiseo no llegara nunca a Ítaca o
que regresase solo y no en su barco. Y así fue, Poseidón lo mantuvo mucho
tiempo fuera de casa.