LA PROFESIÓN DOCENTE
¨¿Qué profesión es ésta que, en medio de la paz, requiere valentía, arrojo, valor? ¿Cuál es su lucha, quienes son los enemigos y dónde está su arsenal?
Me voy a referir tan sólo, dado el breve espacio, a dos escollos que el maestro enfrenta y para los que hace falta innegable valor. Hay otros, duros, que lamentablemente no tocaré esta vez.
El primero de los dos, acaso el menos fiero, es la fuente principal de angustia humana: la incertidumbre. El maestro que vive auténticamente su tarea sabe que se encuentra, a diferencia de los demás profesionales, desprovisto de un conocimiento que le indique qué debe hacer en cada instante en que la situación le exige una respuesta. No puede apelar a la ciencia, a las leyes generales que facilitan la acción. Porque, contra lo que le dijeron en la universidad, no hay didáctica segura, ni tecnología garantizada, pues no existe el vínculo de causalidad necesaria entre la enseñanza y el aprendizaje, no puede pronosticar el efecto de su acción. Y ello porque, como escribiera Aristóteles, “no hay ciencia de lo particular”. Su objeto no es el currículum, las competencias, la formación. Su objeto es el otro. Indecible. Un único, distinto, irrepetible y original ser humano que se niega a ser pluralizado, categorizado, homogeneizado para ser colocado entre las líneas negras de una matriz…
Todo lo dicho nos lleva a la segunda fuente de tensión. El maestro conoce al otro a través de una inevitable mirada a su propio interior. No hay modo de que comprenda la ira, la rabia, el desanimo, la depresión, la incapacidad, sin enfrentar su propia ira y su rabia y su desánimo y su depresión y su incapacidad.. El maestro honesto merece nuestra admiración. Es la profesión pacífica que demanda más coraje y decisión. Por ello es también la profesión “más sujeta a quiebras psicológicas, a depresiones, a desalentada fatiga acompañada por la sensación de sufrir abandono en una sociedad exigente pero sin orientación”. Es el oficio del estrés. Inquieto, valiente, a la vez entusiasmado y preocupado, sereno y angustiado, con la experiencia repleta de fracasos seguros y éxitos dudosos, va el maestro - la maestra - con paso apurado de su casa a la escuela, meditabundo, esperanzado, la memoria infantilizada por voces, risas y barullos y, aunque no carga en las alforjas ciencia cierta, tiene ya el espíritu tocado por la lucidez. Y la lucidez, hemos aprendido, es “la herida más próxima al sol”..¨
Constantino Carvallo Rey